La cotidianeidad de lo sacro, una experiencia vigente por María del Carmen Magaz
El escultor del siglo XXI tiene códigos que responden a nuestra época, signada en el arte de los últimos tiempos, por una particular situación heterotópica. Michel Foucault fue el primero en plantear la heterotopía como el espacio del mundo contemporáneo; no vivimos en una especie de vacío en el que nos localizamos, sino que vivimos inmersos en una red de relaciones que definen lugares irreducibles e imposibles de superponer. Gianni Vattimo, uno de los principales autores del postmodernismo, sostiene que la experiencia estética como heterotopía adquiere un significado trascendente y puede convertirse en un tema de reflexión teórica radical.
En el caso de Oscar de Bueno, para quien el arte es comunicación, la reflexión teórica se instala como un ideario escultórico en base a lo ancestral y lo sacro. Le interesa crear una obra que tenga como esencia: materializar a través de la forma -símbolo, el plano de lo espiritual, recuperando la pérdida del sentido trascendente del mundo, sin perder su vinculación con los hechos históricos, políticos, sociales y culturales de nuestra realidad.
Se encuentran en sus obras núcleos ético-míticos, vinculados a la cosmovisión de las culturas originarias, buscando el vínculo con lo sagrado, – que cambia en el tiempo y en el espacio-, creando un contexto como una categoría metafísica, que encuentra su manifestación simbólica en los objetos rituales. Trata de buscar los lugares o períodos de tiempo no corrientes, diferenciándolos de los lugares o tiempos ordinarios, perfilándolos sólo dentro de un horizonte interpretativo, intentando decodificar la relación entre los hombres y las fuerzas superiores. El tiempo histórico se precisa en relación al tiempo de los orígenes, el microcosmos en relación al macrocosmos.
Oscar de Bueno nos dice que el ejercicio de la memoria es una decisión ética en lo cotidiano y lo profesional. Sus esculturas generan una compleja red de sistemas de reconocimiento, comunicación y simbolización, buscando la relación entre el tiempo de los orígenes y el presente. El artista busca una dimensión espacial, que no se corresponde tanto con un espacio físico, sino que es más un espacio energético, de transformaciones, de relaciones, en definitiva un espacio heterotópico, que refleja en cada obra el acto cosmogónico de la creación.
Sus obras delimitan, además, un espacio ritual y sagrado que coincide con el centro de mundo, así como el tiempo de un ritual coincide con el tiempo mítico del comienzo, sus esculturas son un instrumento de evocación y un lugar de aparición, dan forma a seres y espíritus que no la tienen.
Su humanismo se concreta en una serie de temas recurrentes con una intencionalidad y persistencia cíclica de retomar la identidad nacional y americana, pero también se vincula con las culturas ágrafas africanas, los celtas y aquellas culturas que permanecen en el subconsciente colectivo de la humanidad y se relacionan a través de lo sagrado y lo simbólico.
Para Susan Langer el mito, la analogía, el pensamiento metafórico y el arte son actividades intelectuales dominadas por modos simbólicos. El artista trata de hacer aparecer ideas y conceptos bajo la forma sensible de la imagen. Se repiten en su obra símbolos de una religiosidad adogmática como cruces, portales, altares y guerreros.
Utiliza la técnica del ensamblaje como una herramienta esencial de su expresión escultórica; integra, en planos encontrados, restos de materiales naturales como -maderas o piedras- con fragmentos de objetos manufacturados – maquinarias y herramientas agrícolas de hierro-, que ya no se leen por separado, sino que se constituyen en un nuevo objeto escultórico. Hay un sentido nuevo de los volúmenes y los vacíos, las figuras adquieren una escala monumental y las texturas, incisiones e imperfecciones conforman una nueva visión táctil.
La presencia del vacío activo que se convierte en un elemento positivo con cualidades y características propias, se transforma en un código cultural, un ideal vital, en el que el artista nos invita a traspasar los portales, a ofrendar ante los altares, a reflexionar ante las cruces y a enfrentarnos a los guerreros, adentrándonos en el mundo ancestral, que se sincretiza con nuestra cotidianeidad, que por estar muy presente y ser muy evidente se nos vuelve imperceptible e ininteligible.
Libre de las formas académicas la escultura sigue siendo uno de los medios de expresión trascendentes del arte contemporáneo, subsiste frente a las nuevas expresiones estéticas. Se manifiesta como obra abierta, en ella se potencian los sentidos del artista y del espectador y nos permite sincretizar el anhelo del mito y del símbolo ancestral con la más aguda reflexión contemporánea y la más refinada investigación visual.
Presentación para la expo “Al otro lado . . .” por Leo Vinci
La creación, solo es posible si surge de la conjunción de dos coordenadas; las de tiempo y espacio, desde ahí es posible el acto creador para que trascienda y se enraíce en la verdadera historia, que no es la hoy llamada “contemporánea” por ciertos teóricos, pero si actual, por ser verdadera.
Oscar de Bueno crea desde ahí, y funde en una sola imagen, lo artificial con lo natural, propio de nuestro tiempo, y en medio de esos dos parámetros, surge la latencia de lo humano, sacralizando en forma escultórica y simbólicamente la problemática existencial del hombre de hoy.
Ese es el verdadero camino y Oscar lo está recorriendo sabia y sensiblemente.
Leo Vinci
Junio de 2018
Oscar de Bueno por Graciela Limardo
El Museo Eduardo Sívori asume una vez más el compromiso de exhibir la producción de aquellos que han sido premiados en el Salón Manuel Belgrano; dispositivo por el
cual se decide una colección pública de arte argentino; un premio entre pares, muy apreciado y valorado por la comunidad de artistas.
En este conjunto de piezas se destacan con potencia “Cruz de la Cruz” y “Portal 2014” con las cuales Oscar de Bueno obtuvo el Tercer y el Segundo Premio en los años 2000 y 2014 respectivamente. Y que resultan una síntesis acabada de su propuesta estética.
Lo que tenemos ante nosotros son obras cargadas de un contenido extrañamente intenso.
En una aparente sencillez reúne materialidades que destilan el paso del tiempo, la huella de la intemperie, la oxidación, los usos agrarios e incluso tecnológicos.
Hallazgos con los que ensambla una inquietante ambigüedad, un conjunto de signos a los que atribuimos una probable simbología americana.
Desde el presente y sin necesidad de recurrir a citas arcaizantes, convoca a nuestra memoria asociativa, a un sustrato espiritual compartido que nos remonta a lo ancestral a través de formas reminiscentes de lo originario.
Monumentales presencias que en su verticalidad reúnen cielo y tierra y nos confrontan con un mundo mágico y ritual que subyace con persistencia bajo la racionalidad técnica.
Una exposición es siempre una reflexión, una manera de indagar, de contextualizar y de valorar una trayectoria. La madurez y coherencia de la obra de Oscar de Bueno fundamenta con creces su paso por el Museo Sívori.
Lic. Graciela Limardo, Directora a cargo del Museo Eduardo Sívori.
Oscar de Bueno (*) “La Cotidianeidad de la sacro, una experiencia vigente” 2009
citas pág.8, 9, 10, 85, 86 y 87
. . .Los hechos cotidianos que van construyendo la historia social política y económica que me son inherentes se materializan y transforman en objetos escultóricos que connotan un predominante carácter sacro.
Todo se conjuga para hacer del hecho estético un bastión de transformación y reivindicación de nuestro ideario.
La modernidad implicó un proceso general de secularización desde sus inicios ilustrados. Desplazando los fundamentos míticos y religiosos por la razón y las diferencias identitarias de pueblos y culturas por el estado.
En la actual cultura posmoderna caracterizada por una heterotopía se evidencia la desaparición de centros y hegemonías de sentidos.[1]
Sin embargo la función que cumplió la religión en el pasado otorgándole un sentido trascendente a la existencia humana hoy puede a mi entender trasladarse a la obra de arte cuya esencia es materializar a través de la forma símbolos y sentidos que están en el plano de lo espiritual.
Por lo tanto la obra de arte reedita en el mundo una nueva dimensión sacralizada.
Para Worringer[2] la historia del arte es la historia de las voluntades particulares de una cultura, expresadas a través de un estilo que no representa otra cosa que sus necesidades psíquicas.
Por otra parte “… el arte ha servido –lo cual, desde luego, no significa que pueda ser reducido a ello- para constituir lo que me atrevería a llamar una memoria de la especie, un sistema de representaciones que fija la conciencia (y el inconsciente) de los sujetos a una estructura de reconocimientos sociales, culturales, institucionales, y por supuesto ideológicos. Que lo ata a una cadena de continuidades en la que los sujetos pueden descansar, seguros de encontrar su lugar en el mundo”, de esta manera define el arte Eduardo Grüner.[3]
Mi obra se centra en la creación de una memoria que involucre el espacio y el tiempo de América. . .
. . . A pesar de las negaciones de las políticas que nos han dividido y que nos han hecho olvidar son muchos los artistas y escultores que se comprometen en la construcción de la identidad americana. . .
. . . Siguiendo a Eduardo Azcuy, “la construcción de una civilización tecnológica que amenaza con homogeneizar a las culturas, nos arroja, nos obliga a ser creadores y transformadores desde un sustrato ideológico de manera inclaudicable”[4], Creemos en los particularismos, en la persistencia de las identidades nacionales, en la pluralidad étnica y cultural en su indivisible singularidad. La propuesta en la defensa de dichas diversidades culturales, promueve una cosmovisión re-ligante, núcleos ético-míticos, que subsanan el componente occidental: el distanciamiento de los individuos mediatizados por una tecnocracia con ínfulas de des-culturización, confluyendo en la pérdida de todo sentido trascendente del mundo.
Es el mundo de suprema objetividad, sumisión y pasividad de los hombres frente a su tiempo.
Encontramos en la necesaria reivindicación de las identidades culturales, es decir, de los modos de vida, de pensamiento, de las formas de organización del espacio social, individual y familiar, un obstáculo válido a la globalización.
El privilegio de las identidades culturales, de la justicia social y del equilibrio ecológico conforman los tres pilares ideológicos desde los cuales es posible bregar a través del arte.
Azcuy nos habla de una situación cultural en donde la presa es la novedad, como promesa de felicidad, lo nuevo es el progreso ilimitado. Dicha novedad perseguida se vislumbra en el ámbito del arte de manera muy clara y, en sus excesos, se presenta como una “novedad sin raíces”. Un arte por fuera de la historia, desmemoriado y a-cultural.
Lejos estamos de producir arte sin raíces y este punto es uno de los ejes de mi propia producción escultórica.
El concepto de progreso transcurre en un tiempo lineal y es ilimitado. En contraposición, encontramos que el tiempo mítico, heterogéneo, estructurado a través de repeticiones y retornos, encuentra un correlato con la cosmovisión poética. Es decir que el arte y el mito enfrentan el veto de la libertad de imaginar, de lo imprevisto, de lo imperfecto, de lo inconcluso. La visión poética es activa en relación con la naturaleza, con los otros hombres, con los núcleos de sentido originarios conformadores del sustrato mítico-simbólico. Es una visión intuitiva que otorga sentidos al entramado cultural. Conforma la conciencia cultural, la conciencia social y hace frente a la agresión hacia la Historia, a la Memoria, al Sujeto, al Pueblo como sujeto histórico.
Según los conceptos vertidos por Mircea Eliade sobre lo sagrado y la forma en que éste estructura la existencia humana alrededor de la necesidad de participar de espacios donde se vincula su existencia con el cosmos en un todo; lo sacro comprende una acepción amplia respecto de su significación y es aplicable tanto para la comprensión de fenómenos religiosos, como así también desde enfoques antropológicos para una estética regional.
Considero que la hipótesis planteada sobre la vigencia de lo sacro como medio de transformación social a través del arte sigue vigente, y Hoy más que nunca. Cuando las cartas están echadas hace tiempo, es posible volver a mezclar el mazo y probar mejor suerte o quizá, construir una mejor Historia.
(*) Escultor
Lic. en Artes Visuales CUM LAUDE, Prof. de Arte en Artes Visuales, Prof. Nacional de Escultura con Medalla de Oro. Docente Investigador y Titular de la Cátedra de Escultura en el IUNA. Titular del Seminario de Escultura en la UMSA.
[1] Foucault Michel Las Palabras y las Cosas, ed. Siglo XXI. Buenos Aires Año 2007.
[2] Worringer, Abstracción y naturaleza. Ed. Fondo de Cultura económica, México, 1975.
[3] Eduardo Grüner, El sitio de la mirada. Secretos de la imagen y silencios del arte. Grupo Editorial Norma. Buenos Aires, 2001, pág.17
[4] Eduardo A.Azcuy, Identidad Cultural, Ciencia y Tecnología: La Revolución Científico-Tecnológica, una visión desde el pensamiento poético, Ed. Cambeiro. Argentina. 1987. pág. 7